lunes, 27 de junio de 2016

descolgada

Bruma espesa que no dejas ver más allá, te debo una disculpa por no sentir tu tacto húmedo en mi piel mientras rechinan mis quejidos. Siento no disfrutarte, entre cuatro paredes de soledad a veces me ciegan los deseos. La fe se funde entre los instantes del tiempo, y yo contemplo, y observo mi desengaño. Quizá, posiblemente, lo más certero es que este balanceándome en su mentira. Siento los ciclos, la espiral ¿por aquí ya he pasado? ¿ha cambiado algo? ¿me escurro por la inmensidad o salgo por la desembocadura? ¿hay algo ahí? Me refiero a algo con una pizca de sentido. Un amigo diría "He vuelto a no reconocerme en el espejo" pero qué va, me tengo tan vista que a veces pienso que soy lo que veo en la costumbre de mi monotonía.

jueves, 16 de junio de 2016

Con llevadas

La misma lluvia que ha apagado las llamas que recorrían tus pies desnudos enredados en un par de hojas se ha dedicado a borrar, una tarde primaveral, restos de sangre del asfalto. Lo que ayer era rojo hoy tiene un tono azul grisáceo. Anocheció tarde, hoy ha amanecido pronto y el día aún no ha terminado. El tiempo sigue avasallando nuestros diarios, se desliza y se abre paso con una delicadeza de martillazo. El silencio me recuerda que todo está ahí, que todo seguirá estando aunque tú hayas preferido tomar un atajo. Por ahora, en mi ascensor a nadie se le ha ocurrido comentar que mañana hará sol y buen tiempo y qué sé yo, es preferible así.

lunes, 13 de junio de 2016

novilunio


Convivo con uno y con una
ansioliticos y antidepresivos
respectivamente
y conmigo que cuando lloro
me talo muy aprisa el porro
olvidándome de que tenía una B
de que el costo no es mío
y de que ni si quiera el banco
está sólo ocupado por mí.

La noche es oscura
pero desde aquí
nunca suficiente.
Aprecio la luna
pero me muero
por un cielo negro
novilunio
por el que no vea
ni las sombras
ni las líneas de contorno
del entorno
para que esa oscuridad
me meza con su brisa
me coja con quietud
y me prometa
no irisar
distorsiones y
que ni las sombras
ni las jodidas líneas
me la van a jugar
Porque qué hay más sincero
que mis sentidos
percibiendo
completa
oscuridad

domingo, 5 de junio de 2016

Ardor

            Hace calor, no calor de verano pero sí de un día de claros siendo yo el punto de mira del sol con mi manga larga negra.
            Hoy en el trabajo entre papel y papel he perdido la noción del tiempo, a lo tonto he salido casi una hora más tarde de lo habitual, cosa que a fin de cuentas he agradecido. Cojo el móvil y tengo dos llamadas perdidas de Él, el metro está a rebosar de gente y no lo habré oído.
            Efectúo el transbordo que me traslada a la línea cinco. Nada más entrar al andén suenan unas carcajadas e involuntariamente giro mi cabeza hacia ellas. Es una pareja algo más joven que yo, intento escuchar la conversación y me acerco un poco, la chica se da cuenta y me sonríe. Me acuerdo cuando empecé mi relación con Él hace tres años, al principio no me atraía nada pero poco a poco nos fuimos pareciendo a esa pareja que tenía a mi derecha, a pesar de que Él no solía mostrar muestras de afecto en público.
            Me he sentado en un banco frío y metálico que ha acabado difuminando mi dolor de estómago. Desde aquí ya no oigo a aquellos dos y queda un minuto para que llegue el siguiente tren. Empieza a escucharse mi politono, a veces, si me preguntaban por el nombre de la canción nunca sabía qué decir, no se me da muy allá pronunciar el francés. Cuando lo puse por primera vez me daba miedo no oírlo y no poder contestar a tiempo. Ahora lo dejo sonar hasta que cuelgan.
            Mantengo los ojos cerrados, cuando los vuelvo a abrir me encuentro otra vez con el uno y empieza a retumbar en mi cabeza: “No va a llegar nunca.” “No voy a llegar nunca.” “No…” Mis pensamientos se ven interrumpidos por el insoportable ruido de las ruedas al frenar, que lejos de calmarme han conseguido alterarme más.
            Entro en el vagón y busco algún sitio libre en el que sentarme. No ha habido suerte, todos los asientos ocupados; el niño que tengo a mi lado se me queda observando, parece que me está estudiando, hace un recorrido visual desde mis tacones hasta el moño desaliñado con el que había querido parar el ardor del cuello.
            En la siguiente parada el niño se baja y le sonrío, pero mantiene la mirada seria e inocente. Va con su madre, resalta en su cara dos ojos azules delineados con un lápiz de ojos oscuro. Él hace unos meses me dijo que me prefería sin maquillar, las veces que me he pitado desde ese momento se pueden contar con los dedos de una mano.
            En esta misma estación se sube una chica alta y rubia, Marisa, coincidía con ella en algunas clases de segundo de carrera y hablábamos de vez en cuando sobre su novio, los apuntes y libros. Se sitúa enfrente de mí y nuestras miradas se cruzan. Me reconoce y se acerca eufórica, en unos segundos ya me está contando su vida de soltera y lo mucho que duerme estando parada. Un lado de mí siente envidia, pero según va hablando me da pena, debe sentirse muy sola. Nos despedimos con dos besos y me bajo en mi parada.
            A lo tonto he pasado seis estaciones y le doy secretamente gracias a Marisa por hacérmelo más ameno. Una gran masa de gente se abalanza hacia la salida y voy avanzando, estratégicamente, por los huecos que van dejando. En las escaleras mecánicas un hombre está bloqueando el paso izquierdo y me impide seguir subiéndolas andando. Cuando salgo por fin a la calle, el cielo presenta unas nubes grises dignas de admirar. El gris siempre ha sido uno de mis colores favoritos, a decir verdad, todos los colores por los que va pasando el cielo me parecen preciosos.
            Me dispongo a acelerar el paso para llegar a tiempo a casa. Él me llama y noto su voz seria y más grave de lo habitual. Después solo oigo silencio, me he quedado sin batería. ¡Lo que me faltaba!
            Empiezo a dar largas zancadas y la cadera me empieza a dar unos fuertes pinchazos, relajo el paso. Me quedan unos veinte largos minutos hasta llegar a casa y verle a Él. Ya debe estar exhausto por la espera…
            Maldigo haberme puesto tacones hoy, mira que Él siempre me ha dicho que no le gustan, tendría que hacerle más caso. Tengo los pies doloridos, sudorosos y me duelen los metatarsos. Hace unos cinco años aguantaba cinco horas de fiesta con ellos, ahora apenas soporto el dolor cuando estoy sentada.
            Sin el móvil, ya no sé qué hora es. Cuando llegue Él va a estar malhumorado y vamos a acabar discutiendo. Se me quitan las ganas de llegar a casa y con ellas, la prisa. Empiezo a ir más despacio e inconscientemente comienzo a andar en una línea recta guiándome por la acera.
            Por un momento creo que me he perdido, pero diviso el bar de la esquina y me doy cuenta de que cada vez estoy más cerca de casa, de Él. Decido entrar a la cervecería, dudo un instante pero ya llego tarde asique una caña no me van a perjudicar más.
            El de la barra me conoce y cuando termino la caña me invita a otra, por fin algo me saca una sonrisa sincera. Me remango y al ver el morado me vuelvo a tapar. Acuesto un poco la cabeza en la barra y cierro los ojos. Noto el temblor de mi párpado inferior y los mantengo cerrados hasta que termina. Al abrirlos de nuevo la luz me molesta y definitivamente decido volverlos a cerrar.
            El tiempo ha dejado de importarme, me siento más cómoda, el sabor de la cerveza me ha reconfortado. Él odia que beba alcohol, si estuviera ahora mismo delante empezaría a refunfuñar a regañadientes y me llevaría a casa para poder regañarme con sólo las paredes como testigo. Soy un verdadero desastre, asique me suele hacer entrar en razón y hace que me de cuenta de los errores que cometo, aprendo mucho a su lado.
            Cuando empecé mi relación con Él mi hermana se volvió paranoica y no paraba de inventarse que no era bueno para mí, que iba a perder el tiempo y me iba a arruinar la vida. Cuando se lo conté a Él, se rió y me beso en la frente, desde ese momento supe de verdad que sólo iba a protegerme y que jamás me haría daño. ¡Qué equivocaba estaba!
            El hombre de la barra enciende el equipo de música del bar, ha elegido una canción de Miles Davis, el Jazz me gusta muchísimo, ahora me siento a gusto de verdad, hacía mucho que no me sentía tan liberada. Llevo tanto encerrándome en mi misma… Los acordes de la trompeta suenan tristes a lo lejos y me dejo llevar por ellos.
            Estoy sonriendo, es una leve sonrisa pero está  ahí, presente. Cuando salía con mis amigas solíamos bailar con movimientos lentos y sinuosos. Íbamos siempre al compás de la música y parecía que una fuerza invisible nos coordinaba.
            Han pasado ya unas horas desde que salí del trabajo. Aún sigo sentada en la barra del bar de la esquina con el culo de la tercera caña ya caliente. Alguien entra en el bar, la luz sigue molestándome, decido dejar los ojos entre abiertos para acostumbrarme a ella. De repente noto una mano fuerte que me presiona el hombro derecho, el pecho se me acelera y prefiero continuar con los ojos cerrados.

...................................................................................................................................................................
        Escrito en mayo del 2013